viernes, 20 de julio de 2012


Somos la inercia de los días. Brindamos con champagne de luto, volamos alto. Gastamos los mismos zapatos hasta que queden abandonados al fondo del armario.
Me alegro y me enfado a la vez.
Abro el armario, con una melodía de Paul Desmond de fondo. Cojo esas zapatillas tan desgastadas con las que podría haber recorrido el mundo entero, y salgo. Lo único que oigo es el eco de mis pasos en el asfalto. Echo de menos tu silencio.
Hada helada en vuelo inerte, tú nunca cambiarás...
Me persiguen monstruos rojos. Las calles están vacías, van hacia mí, lo estoy notando. No veo más luz. Me hundo aún más en mi pozo infranqueable. Es de noche.
Tal vez...¿has pensado en crecer más?
De repente me encuentro en mi cama, pero no encuentro perspectiva a nada. Me envuelvo en mis sábanas. Sin duda, hay demasiado espacio.
Ven a gritar como antes.
Cierro los ojos y me dejo llevar por esa melodía, esa que me hace desconectar. Salto de mi guarida, oigo unas pisadas casi imperceptibles, mi gato está observándome desde la oscuridad. La música llega al clímax. Me tumbo en el suelo, ya no siento nada. La cadencia perfecta anuncia el final de la canción, el silencio vuelve a llenar mi cabeza. El mundo podría pararse, y yo seguiría ahí, con la piel ardiendo del no poder. Mis oídos escuchan al único amor que no muere. El cielo se vuelve infierno. Me evaporo, tus sombras me van a comer, Oniria.